Había terminado un día hermoso. Los pajaritos dejaban oír sus trinos vespertinos y
algunas de las flores cerraban sus pétalos de terciopelo. Los hombres del campamento
estaban sentados en grupos; algunos de ellos relataban sus anécdotas de su infancia y su
juventud, mientras que otros cansados por el arduo trabajo que habían realizado en los
bosques durante el día, se habían acostado en sus catres y leían.
E padre de Haroldo era el cocinero del campamento. Había hecho mucho calor en la
cocina, así que él sugirió a sus ayudantes que le acompañasen a dar un paseo en una
“zorra”, que se utilizaba en la vía férrea que cruzaba los bosques explotados por la
compañía maderera para la cual trabajaban los hombres que estaban en el campamento.
- Vamos todos – dijo al grupo de niños que jugaban cerca de allí.- ¿No quieren ustedes
acompañarnos?
- ¡Un paseo en “zorra”! – exclamó deleitado Haroldo.- Hace mucho que deseaba subir en
una.
Y los niños siguieron a los hombres hasta los rieles, donde estaba la “zorra” que,
como se sabe, es una plataforma sobre ruedas que son accionada por unas palancas que los
hombres mismos hacen funcionar como se hace funcionar una bomba de mano.
Los niños subieron a la plataforma, y se sentaron. La “zorra” arrancó. Había tres
hombres que manejaban las palancas. Haroldo creía que era cosa fácil, pero no lo era tanto
como parecía.
El paseo era muy lindo. Con un poco de esfuerzo, los hombres hicieron subir la
“zorra” hasta la cumbre de una colina, pero estaban bastante cansados cuando llegaron.
Habían estado muy activos durante todo el día en derredor del fuego de la colina, de modo
que la hierba verde de la colina resultaba tentadora. Detuvieron la “zorra”, pusieron una
calza debajo de una rueda, y se acostaron en la hierba durante algunos minutos.
Haroldo no tardó en ponerse de pie. Subiendo a la “zorra” empezó a hacer funcionar
las palancas hacia arriba, y hacia abajo.
- ¡Deja esas palancas! – dijo el padre. – La calza se puede aflojar y la “zorra” se irá cuesta
abajo.
Efectivamente la calza se aflojó y la “zorra” empezó a descender. Don Jaime, el
padre de Haroldo echó a correr y llegó a la “zorra” antes que hubiese adquirido demasiada
velocidad. Haroldo estaba muy asustado, pues las palancas iban subiendo y bajando con
mucha velocidad. De hecho, su movimiento llegó a ser tan violento que lo despidieron de la
“zorra” y cayó al lado de la vía. Esto fué una suerte, pero su codo quedó en una posición tal
que sobresalía poco más arriba que uno de los rieles, y la “zorra” lo golpeó con fuerza.
Don Jaime no pudo detener la “zorra” solo hasta que llegó hasta un sitio plano. Entonces
pudo detenerla.
Regresó a buscar al niño y le ayudó a subir a la “zorra”. El codo de Haroldo se
hinchó mucho, y tuvo que llevar el brazo en cabestrillo durante algún tiempo. Nunca se
olvidará de lo que le pasó por haber desobedecido.
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