El diálogo con cientos de jóvenes y las numerosas cartas
que constantemente recibo, cual dramáticos lamentos
de almas angustiadas, es lo que me animó a escribir
este libro. Trataré de expresar en las siguientes páginas
aquello que trajo paz y alegría a mi corazón.
He llegado a la conclusión de que, por lo general, el
joven cristiano no logra ser feliz porque no entiende quién es
Jesús, ni lo que hizo por nosotros, ni cómo podemos andar
con él. El joven sabe todo lo que debe y lo que no debe hacer,
pero no alcanza a vivir a la altura de las normas que conoce.
Vive angustiado por sus constantes errores. Hay una fuerza
misteriosa en su interior que lo empuja a hacer todo aquello
que no quiere hacer. Un fracaso sucede al otro y es, entonces,
cuando aparece aquella voz mortificante que le dice: "No
vales nada, nunca lo conseguirás. ¿Qué pretendes viviendo
esta vida hipócrita que vives? Lo mejor que puedes hacer es
dar rienda suelta a tus deseos".
¿Cuál es el final de esta historia? El joven se "libera" definitivamente, porque supone que es lo más honesto de su parte, en lugar de vivir lleno de frustraciones y fracasos, padeciendo la infelicidad de una vida sin sentido, sonriéndole a todo el mundo, pero llorando por dentro. Y lo peor de todo es que, con el tiempo, puede llegar a habituarse a ese tipo de E vida, aceptándolo como normal. La voz de Dios puede extinguirse lentamente, quedando el joven perdido para siempre, aunque pertenezca a una Iglesia. Este libro fue escrito para ti, mi querido joven. Fue escrito con algo más que tinta, con amor. Mi ministerio se desarrolló durante años al lado de los jóvenes, conversando con ellos en los más diversos lugares, en campamentos, cerca del lugar de la fogata, debajo de los árboles, en el campo de deportes, en la Iglesia, en la oficina, por la mañana, a la tarde, y a la noche. Años y años en que oí las alegrías y tristezas, las victorias y derrotas de los jóvenes, me impulsaron a escribir estas páginas. Mi mayor preocupación al escribir este libro no es el estilo literario, eres tú. No es la pureza de la lengua de Cervantes, es hacerme entender por ti. Esa es mi única preocupación. Lo escribí en la misma forma en que tantas y tantas veces hablé con otros jóvenes en campamentos, retiros y reuniones de oración, pensando en ayudarte, porque tu drama fue mi drama durante años, y porque conozco perfectamente lo que significa sentir aquella angustia de saber todo lo que otros, incluyendo la iglesia, espera de uno, y no conseguir satisfacer esa expectativa.
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